Una vez más suena la misma (mierda de) música. Quizás la letra sea algo distinta, pero la melodía de fondo del espectáculo mediático nos recuerda que los conflictos del pasado siguen vigentes. Por si alguno andaba despistado, la “crisis del 2008” derivada de la especulación inmobiliaria nunca se fue (el cada vez más alto número de familias desahuciadas lo demuestran), el precio de la vida no para de crecer año tras año, Palestina lleva décadas ocupada y su población impunemente exterminada, y el récord de temperatura global se pulverizó en 2023 (antes ocurrió en el 2022 y así) y nos dirigimos con precisión milimétrica hacia un colapso ecológico y tal vez hacia próxima extinción.
En mitad de la actual vorágine protagonizada por un capitalismo homicida y depredador (ni las personas ni la naturaleza importaron en sus propósitos) hay varios hechos que aún siendo previsibles, no dejan de inquietarnos. El cinismo y la hipocresía son la norma general en la clase política. El gran capitalista “devora” el tejido social y productivo de los territorios, descentralizando la economía y conformando monopolios que especulan con la vida misma. La perturbadora capacidad de decisión e influencia de las élites sobre la geopolítica mundial, cuando interesa poner en marcha la maquinaria de guerra porque hay que hacer caja. La guerra es un gran negocio. Y por último, aunque no menos importante, la indiferencia que caracteriza a las sociedades actuales donde el individualismo y el consumismo torpedean la solidaridad y la acción colectiva.
Las luchas actuales son titánicas, inabarcables en apariencia. Dada la situación se impone el principio de “actuar desde lo local con visión en lo global”. Son las organizaciones de base, los sindicatos, organizaciones vecinales, ateneos y agrupaciones culturales quienes deben enfrentar los conflictos locales desde la horizontalidad y la fraternidad entre los miembros de la comunidad. La historia nos muestra una y otra vez que los éxitos del movimiento obrero son consecuencia de la conciencia y acción colectivas. No existen herramientas mágicas, no. La lucha adoptará apariencias distintas pero sigue siendo la misma en esencia. Por ello el lema “Mismos conflictos, mismas reivindicaciones”.
Y nosotras hartas de habitar un mundo cada vez más hostil, más irrespirable. Cansadas de que menosprecien nuestra fuerza de trabajo, con jornadas interminables, salarios ridículos y descompensados, estamos aprendiendo a contestar, a confrontar conflictos, a organizarnos, a no dejarnos engañar por la propaganda mediática. ¡Vean cuán avanzada es nuestra sociedad y cuán empoderadas las mujeres que ya son mayoría en las carteras ministeriales! Pero no nos engañan, por muchas mujeres que haya en el poder, la estructura y la sociedad siguen siendo machistas. Las trabajadoras somos muy conscientes de ello.
Con una juventud incapaz de emanciparse y con las familias agotadas por el incremento del coste de la vida, las viejas demandas de los obreros de Chicago nunca perdieron su vigencia. No perdamos la esperanza de construir entre todas el mundo que merecemos. Y como bien afirmaron los antiguos revolucionarios, la libertad no es tanto el fin sino el medio. Practiquémosla con virtud.
Por las trabajadoras de la hostelería en León, por las compañeras de la Suiza, contra la precariedad en las residencias y en los servicios sociales, contra los abusos de la patronal y siempre a favor de la autogestión en el trabajo. La unión de todas es la fuerza del sindicato.
Frente al afán de lucro de una minoría y la arbitrariedad del poder,
¡solidaridad obrera, autogestión y siempre libertad!