El hombre que tanta influencia ejerció sobre el proletariado catalán, cuya muerte fue llorada por todos los trabajadores de Barcelona, que acudieron al entierro de Lorenzo en multitud sólo vista, hasta entonces, en el de Luisa Michel, nació en Toledo.
Destaco el hecho para demostrar el carácter ibérico del movimiento obrero de Catalunya. Mientras unos se han complacido en presentarlo como extraño a esta tierra, como importado de fuera, otros se han empeñado en darle un carácter nacionalista y específico regional igualmente falsos y dañinos. El anarquismo en España es español por excelencia. Y de ahí que se proyecte de una región a otra, indistintamente, de acuerdo con su universalismo. Anselmo Lorenzo, toledano de vieja cepa, con todas las características raciales -austeridad, seriedad, sencillez, abnegación, sentimiento heroico de la vida- de la raza castellana, marcó con su sello inconfundible treinta años de movimiento obrero y anarquista catalán. Juan Montseny (Urales), hijo del corazón de Catalunya, y casi de la misma generación, ocupó, durante veinte años, el centro de las actividades anarquistas en la capital de España.
Y este intercambio de hombres de región a región no se ha limitado solamente al anarquismo. Pi y Margall vivió en Madrid su larga y ejemplar vida, irradiando su influencia y su acción constante desde la meseta al resto de España. Y Guimerá, patriarca de las letras catalanas, era hijo de Canarias.
España es un mosaico, un conjunto de pueblos, una federación de hombres que aparece unida firmemente, con perfil propio e inconfundible, cuando salimos de la geografía política y de la política sin geografía y entramos en el vivero de las ideas. Todas surgen del mismo suelo, del mismo magnífico abono que hace rebeldes, inquietos, sedientos de libertad y de justicia a los mismos hombres de toda la compleja y misma España.
Anselmo Lorenzo nació en Toledo, de familia humilde. Su infancia trascurre en el claroscuro de penalidades y de privaciones de una familia obrera en la primera parte del siglo pasado y prosigue, con atenuantes menguados, en la segunda parte del ochocientos.